miércoles, 9 de mayo de 2007

Reflexiones de un estudiante


Ya lo dijo James McGill Buchanan, premio nobel de economía en 1986 más o menos con estas palabras: "¿De qué forma podemos vivir juntos en paz, prosperidad y armonía, al mismo tiempo que conservamos nuestras libertades como individuos autónomos que podemos y debemos crear nuestros propios valores?". Una sociedad demasiado colectivista, como se vio en la Unión Soviética (19145-1991), acaba eliminando la propia identidad de uno mismo en detrimento de una sociedad donde cada persona es sólo una parte más del engranaje que hace funcionar esa gran maquinaria. Vuelvo a referirme a Sarkozy, no como alguien liberal, sino como alguien conservador que ha atizado a la sociedad con sus miedos y fobias –sobretodo su propia identidad donde ha dejado de ser uno de los centros de las relaciones internacionales, y por tanto, se la ha dejado de “escuchar”- para luego mostrarse como el “gran salvador”, ese “líder espiritual” que sacará de la crisis en que se haya Francia. En contraposición a la concepción de Philipp Pettit, que comparten Zapatero y Royal, de ciudadanía adulta con suficiente capacidad crítica para controlar a su gobierno.

El punto de partida de Buchanan se encuentra en su insatisfacción con la concepción de la política caracterizada por un conjunto de ideas románticas y de ilusiones sobre el funcionamiento de los gobiernos, concepción que les asigna la tarea de curar los males del mundo. Cuando algo no anda bien en la vida económica o social, de acuerdo este voluntarismo intervencionista, hay que acudir al gobierno para que lo solucione. Razonando de esta manera se está suponiendo, al menos implícitamente, que el gobierno se comportará como un dictador benevolente y omnisciente.

Sin embargo, los dictadores omniscientes y benevolentes no suelen existir, como la experiencia histórica lo prueba. Cuando nos damos cuenta de esto, sostiene Buchanan, sentimos la necesidad de contar con una visión menos ingenua y más realista de cómo los gobiernos funcionan en los hechos y ésta es la misión de una teoría positiva y predictiva de las decisiones públicas. No existe ninguna base para hacer recomendaciones de intervención estatal sin que exista alguna teoría acerca de cómo funciona la política sin romanticismos. Es decir, no existe el gobierno perfecto que solucione todos los problemas de un plumazo, sino más bien para acumular mayor poder.

De esta idea se desprende que cuando Sarkozy utiliza conceptos conservadores como identidad nacional, la idea de respeto a la figura que manda, etc. etc. defiende más una idea comunitarista que una idea liberal de la economía. Defiende más una concentración del poder que un equilibrio de fuerzas.

En el otro lado es necesaria una sociedad y una idea colectivista en el sentido de solidaridad y convivencia cívica. En el sentido de fraternidad y tolerancia. Las personas no sobreviven solas sino que se hayan insertadas en el seno de una sociedad y según la cultura en que se hayan forman una concepción determinada del mundo. De hecho en el marco de una sociedad liberal feroz sin ningún tipo de garantías se termina con la idea de superación de las personas al no ver salida a una situación de marginación donde unos pocos cada vez más acumulan el dinero, y por tanto también, el poder. El ser humano no sólo tiene una identidad y un espacio íntimo sino que también se basa en esperanzas, en sueños de futuro. En definitiva no es sólo un espacio físico y mental, sino también un espacio en valores, en cultura.

Por ello también quiero destacar de nuevo el papel que tuvo el mayo del 68, por ejemplo en el caso de España se daría realmente unos cinco años después, salvando siempre las distancias, con las revueltas estudiantiles y movimientos sociales en contra de la dictadura franquista, lo que supuso la conquista de la democracia en la calle. En el caso de Francia la “revolución” del 68 no supuso la fractura de las instituciones francesas, pues tras dos meses el entonces presidente conservador Charles de Gaulle movilizó a toda la clase media y burguesa que veía “amenazada” su posición privilegiada. Por ello el presidente conservador tras dos meses dio carpetazo: “El patio se ha acabado”.

Realmente aquellas revueltas significaron más derechos para la mujer (como la ley de aborto o que las mujeres no tuvieran que pedir permiso al cónyuge para abrir una cuenta bancaria), significaron el surgimiento de los colectivos homosexuales que comenzaron a ser “visibles” y luchar por sus derechos –que comenzó a principios de los años 70 en Nueva York- y movimientos feministas con una idea liberadora de la mujer y rupturista con la tradición. En definitiva, aquella revolución fue tan sólo cultural y no tuvo ninguna repercusión en las instituciones francesas. Es más, quizás es el conservadurismo, el estar ancladas las instituciones todavía en el pasado frente a la revolución social, frente al progreso social más adaptado a la realidad actual basada en la globalización, lo que ha hecho que Francia se quedase atrás.

Como bien dice Philip Pettit, el cual se declara a favor de una filosofía social a la vez anticolectivista y antiatomista: “Anticolectivista, por rechazo de la idea, según la cual los individuos son meros juguetes de fuerzas sociales agregadas, meros números en un juego de azar histórico, peones en marcha hacia un destino histórico. Antiatomista, por insistir, empero, en que la noción de individuo solitario es ilusoria: las personas dependen unas de otras –a través de más de un nexo causal-, incluso para su misma capacidad de pensar; son, esencialmente, criaturas sociales.”

Buchanan no cree en los buenos resultados de las revoluciones, ni de izquierda ni de derecha. Procura, en cambio, mejoras que partan de las personas tal como son, de algo que se resume quizás insatisfactoriamente en la expresión “la naturaleza humana”. Aún así, es posible mejorar la vida social por medio de cambios en las normas y las instituciones que rigen las relaciones entre las personas y el uso del poder político. La tarea del economista-político es contribuir a la mejora institucional.

De ahí que Ségolène Royal y Zapatero hayan intentado promover cambios en las instituciones para mejorar las relaciones entre la clase política, “los de arriba”, y los ciudadanos, “los de abajo” para hacer más dinámico el funcionamiento de las instituciones públicas sin haber una concentración del poder en unas pocas manos sino tender a repartirlo. Aquí se rompe con la idea de un gobierno demasiado estatalizado pero a su vez defendiendo ciertos ideales políticos como la solidaridad en la toma de decisiones que afectan al conjunto de la ciudadanía.

Buscar el equilibrio entre la libertad y el respeto al prójimo es urgente debido a la tendencia cada vez más marcada de los dos opuestos. Al final la decisión de escoger el camino que queremos andar está en nosotros mismos a través del voto, de la democracia.

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