miércoles, 1 de agosto de 2007

Carta en Libertad/3

Queridas Tierra y humanidad: Me despierto con la suave brisa de la mañana cuyo frescor trae consigo los susurros con los que os dediqué mis pensamientos mientras el mundo dormía. Sabéis que la “fe” no es cristiana ni árabe. No está en Dios o Alá. La “fe” está en nosotros mismos, pues reside en las raíces más profundas de nuestro ser. Es lo que somos. Es por lo que luchamos cada día al levantarnos. Pero de la misma manera que es el secreto mejor guardado por nuestro corazón es también lo último que puede quedar de nosotros. Si nos quitan esa pequeña parte nos dejarán vacíos, sin alma.

En nuestra sociedad el miedo a los demás viene de esa gran barrera que es el desconocimiento. Eso es lo que hace que a veces no seamos capaces de entendernos. Como también somos incapaces de comprender nuestras decisiones. Pues cuando no nos conocemos a nosotros mismos no tenemos una visión amplia del camino que queremos elegir. De los pasos que queremos dar para algún día llegar a ser quien queremos ser. Es tan difícil mantener el rumbo firme hacia nuestro ansiado destino en el intenso oleaje que es la vida…

Hoy en día quien muestra su lado más débil, su parte más humana es rechazado por la sociedad. Quien abre el corazón haciendo ver las limitaciones que tenemos como seres humanos que somos es visto como una penosa sombra de sí mismo. Sólo la imagen triunfante del que vence en la vida es la que atrae. A lo largo de la historia incluso se han erigido monumentos para conmemorar cualquier hazaña. Pero quien ha perdido, querida humanidad, ha quedado sepultado bajo los escombros del olvido. Sólo queremos ver el lado positivo de la vida para ser ése el espejo en el que poder mirarnos todas las mañanas al levantarnos. Para poder sentir que es posible una vida mejor. Pero a veces no es así. A veces también perdemos y al igual que hay que saber ganar, también hay que saber perder. Saber que toda luz tiene su sombra. Que toda parte positiva tiene su lado negativo.

Querida Tierra, aunque ganemos o perdamos, tú seguirás girando como desde el primer día. No importa lo que hagamos, pensemos o sintamos porque las agujas del reloj seguirán marcando los segundos, minutos, horas que pasan… Y con ellas veremos también pasar el tren de la vida. Un tren que nunca podremos volver a coger. Cada parada, cada instante y oportunidad que nos brinde la vida, siempre la dejaremos atrás sin remedio. Por eso es importante saber lo que queremos en nuestra corta existencia. Saber, al fin y al cabo, quiénes somos.

La felicidad reside en los pequeños detalles de nuestra vida. En esos pequeños momentos que hemos vivido de manera tan intensa que guardaremos siempre en nuestro corazón bajo llave. Porque es en esos momentos cuando nuestro corazón ha dado un vuelco y hemos sentido un estremecimiento por todo nuestro cuerpo. Por esa razón cuando muere alguien con quien has compartido momentos importantes de tu vida muere una parte de ti. Aunque también queda el recuerdo, los sueños... Porque vivir es compartir con las demás personas. Los demás siempre estarán en nosotros.

Con cada paso que damos escribimos una página en el libro de la vida cuyo testimonio entregaremos a las generaciones venideras. Lo que hagamos ahora tendrá sus consecuencias en el futuro. El mundo que disfrutamos ahora debemos cuidarlo porque en el futuro pertenecerá a aquellos que vengan después. Tampoco podemos crear un mundo cerrado sino abrirlo más con cada paso que demos para que sean ellos, los que tengan que disfrutar y a la vez sufrir el mundo, los que decidan. Porque la libertad está en cada decisión que podemos tomar. En cada elección.

Pero humanidad, bien sabes que juzgamos a las personas por cómo son. Por si son tímidos o extrovertidos. Por si ríen o lloran delante de nosotros. Nos dejamos llevar por lo que conocemos. Pero no por quiénes son realmente. No por lo que sienten o sueñan. Nuestros deseos también son parte de nosotros porque representan lo que querríamos ser. Por tanto, también significa ser. Porque lo que importa es el fondo y no la forma. El corazón y no la imagen externa.

Tal vez el día en que sepamos mirar con el corazón a los demás seamos más justos y, por tanto, también más humanos. Porque ese día aprenderemos a amar. Aprenderemos a ofrecer sin esperar nada a cambio. Y entonces viviremos en paz. Y bien sabéis, queridas Tierra y humanidad, que a veces esos momentos de paz hemos sido capaces de vivirlos a través de nuestros amigos, familiares o amados.

Pero por desgracia al final nuestros miedos, nuestro deseo de controlarlo todo, han hecho que nos cerremos a conocer, a querer aprender cada día de los demás. El día en que esto no suceda los grilletes del miedo y el desconocimiento se romperán. Dando paso a la luz de un nuevo día, por fin, en paz.

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