Carta en Libertad/2
Me despierto de un sobresalto y retomo esta carta cuyas letras son parte de mí para abriros el corazón, amada Tierra y humanidad. Palabras, palabras, palabras… Apenas susurros que se los lleva el viento con la fuerza del tiempo. Aun así su eco resuena en nuestro interior como una presencia que nos evoca lo que vivimos, lo que sentimos, quiénes fuimos. Imágenes deformadas por la ensoñación de lo que queremos ser y dejar atrás. Es tan difícil encontrar razón alguna para evocar el pasado… Al fin y al cabo ser consecuente también significa reconocer el lado negativo de nuestras acciones.
Las palabras conforman un lenguaje que, querida humanidad, creaste para romper los muros que no permitían entenderse. Gracias al esfuerzo, al empeño de muchos corazones creaste un instrumento tan valioso como poderoso que nos permite hoy día poder acercarnos a nuestros compañeros de viaje y fatigas. Pero el miedo por una parte, y el deseo de poder por otra, a veces levanta barreras infranqueables haciendo que parezca un abismo lo que en realidad es apenas un escalón que nos resistimos a subir. Si empujamos todos hacia una misma dirección haremos girar el mundo. Debemos unirnos para conseguir entender lo que nuestro corazón nos dicta en cada momento de nuestra vida, debemos escuchar la verdadera voz de nuestro interior y la de los demás.
Querida Tierra mía, en tu infinita generosidad nos has dado lo necesario para poder vivir en paz sin necesidad de arrebatarnos lo más valioso; la vida. Aun así, no sabemos aprovechar el regalo que nos has dado; un hogar en el que poder vivir. Una sensación amarga corroe mi conciencia al ver que mi sólo esfuerzo no es suficiente para ayudar a ser mejor tu existencia. Por ello apenas he luchado por que tu existencia sea mejor. Pero lo se, no hay excusa que valga la pena porque en cambio tú has hecho posible que yo pueda ser y sentir. Reír y llorar. La verdadera conciencia no es una imagen momentánea de nosotros mismos sino una “creencia” labrada desde lo más profundo de nosotros mismos día a día. Minuto a minuto. Porque nuestras convicciones son una parte esencial de nosotros mismos y a la vez nos permiten formar esa misma parte de la que pertenece.
Apenas siento nada cuando veo pasar los años por ti, amiga mía. Tal vez porque es una misma moneda con dos caras. Porque cada año que paso es un año vivido, un año en el que he reído y llorado, al fin y al cabo, un año en el que he acumulado experiencia; la sabia de la vida. Pero a su vez es un año menos que viviré y me dirijo al destino con que a todos nos cuesta convivir; nuestro fin. Debemos abrazarnos a esa idea en lugar de huir. Pero tampoco enfrentarnos en un delirante sentimiento de creernos dioses. Sino aceptar la contradicción de que hay que vivir en paz con la muerte.
En este largo camino jamás suficiente que es la vida debemos aprender al final a saber que hay que andarlo solos, pero sabiendo con quien escogemos caminarlo. Y es en esa agradable travesía donde al abrir nuestro corazón descubriremos recovecos del corazón ajeno que hasta para él eran desconocidos. Siempre es más fácil mirarse a través de la imagen que reflejan de nosotros los ojos de nuestros amigos. Y siempre es más difícil aprender a mirarse hacia nuestro propio interior por miedo a lo que podamos descubrir. Es esa palabra tan simple pero tan llena de significado; el miedo. El miedo a romper con los muros que hacen más injusta nuestra sociedad y también con los que nos impiden acercarnos a los demás. A ser personas. Pero el miedo a conocernos a nosotros mismos es todavía más difícil de superar. Significa reconocer que somos personas limitadas como lo es nuestra propia existencia.
¿Qué pensarás, querida Tierra, de lo que te estoy diciendo? ¿Tú, que has visto elevarse imperios que superaban la barrera de las distancias y también los has visto caer cuando se creían inmortales? ¿Tú, que has visto tanta sangre vertida para que esta humanidad a la que pertenezco empezase a despertar de su letargo? ¿Tú, que has visto a gente morir por ideales y a otra gente matar por poder? ¿Tú, que has visto la irracionalidad del odio que nos ha llevado a una lucha continua de ideas innecesaria? Quizás ese silencio tuyo perenne como los árboles que se limitan a sentir la grandeza del universo sea la mejor respuesta. Porque el silencio evoca la voz de nuestro corazón. Nuestra verdadera voz al fin y al cabo. Esa voz que está en paz consiga misma y con lo que le rodea.
La verdadera lucha que vale la pena, humanidad mía, es la que debes batallar diariamente desde la calle. Desde cada esquina y cada plaza para que la paz por la que tanto suspiras se haga realidad y le brindes un alma que la haga latir con renovada fuerza cada instante. Para que cada segundo que consuma nuestras vidas sin embargo no haga mella en esa palabra tan simple. Porque en su simpleza reside la libertad por la que al final todos podremos volar más allá de nuestros miedos.
Las palabras conforman un lenguaje que, querida humanidad, creaste para romper los muros que no permitían entenderse. Gracias al esfuerzo, al empeño de muchos corazones creaste un instrumento tan valioso como poderoso que nos permite hoy día poder acercarnos a nuestros compañeros de viaje y fatigas. Pero el miedo por una parte, y el deseo de poder por otra, a veces levanta barreras infranqueables haciendo que parezca un abismo lo que en realidad es apenas un escalón que nos resistimos a subir. Si empujamos todos hacia una misma dirección haremos girar el mundo. Debemos unirnos para conseguir entender lo que nuestro corazón nos dicta en cada momento de nuestra vida, debemos escuchar la verdadera voz de nuestro interior y la de los demás.
Querida Tierra mía, en tu infinita generosidad nos has dado lo necesario para poder vivir en paz sin necesidad de arrebatarnos lo más valioso; la vida. Aun así, no sabemos aprovechar el regalo que nos has dado; un hogar en el que poder vivir. Una sensación amarga corroe mi conciencia al ver que mi sólo esfuerzo no es suficiente para ayudar a ser mejor tu existencia. Por ello apenas he luchado por que tu existencia sea mejor. Pero lo se, no hay excusa que valga la pena porque en cambio tú has hecho posible que yo pueda ser y sentir. Reír y llorar. La verdadera conciencia no es una imagen momentánea de nosotros mismos sino una “creencia” labrada desde lo más profundo de nosotros mismos día a día. Minuto a minuto. Porque nuestras convicciones son una parte esencial de nosotros mismos y a la vez nos permiten formar esa misma parte de la que pertenece.
Apenas siento nada cuando veo pasar los años por ti, amiga mía. Tal vez porque es una misma moneda con dos caras. Porque cada año que paso es un año vivido, un año en el que he reído y llorado, al fin y al cabo, un año en el que he acumulado experiencia; la sabia de la vida. Pero a su vez es un año menos que viviré y me dirijo al destino con que a todos nos cuesta convivir; nuestro fin. Debemos abrazarnos a esa idea en lugar de huir. Pero tampoco enfrentarnos en un delirante sentimiento de creernos dioses. Sino aceptar la contradicción de que hay que vivir en paz con la muerte.
En este largo camino jamás suficiente que es la vida debemos aprender al final a saber que hay que andarlo solos, pero sabiendo con quien escogemos caminarlo. Y es en esa agradable travesía donde al abrir nuestro corazón descubriremos recovecos del corazón ajeno que hasta para él eran desconocidos. Siempre es más fácil mirarse a través de la imagen que reflejan de nosotros los ojos de nuestros amigos. Y siempre es más difícil aprender a mirarse hacia nuestro propio interior por miedo a lo que podamos descubrir. Es esa palabra tan simple pero tan llena de significado; el miedo. El miedo a romper con los muros que hacen más injusta nuestra sociedad y también con los que nos impiden acercarnos a los demás. A ser personas. Pero el miedo a conocernos a nosotros mismos es todavía más difícil de superar. Significa reconocer que somos personas limitadas como lo es nuestra propia existencia.
¿Qué pensarás, querida Tierra, de lo que te estoy diciendo? ¿Tú, que has visto elevarse imperios que superaban la barrera de las distancias y también los has visto caer cuando se creían inmortales? ¿Tú, que has visto tanta sangre vertida para que esta humanidad a la que pertenezco empezase a despertar de su letargo? ¿Tú, que has visto a gente morir por ideales y a otra gente matar por poder? ¿Tú, que has visto la irracionalidad del odio que nos ha llevado a una lucha continua de ideas innecesaria? Quizás ese silencio tuyo perenne como los árboles que se limitan a sentir la grandeza del universo sea la mejor respuesta. Porque el silencio evoca la voz de nuestro corazón. Nuestra verdadera voz al fin y al cabo. Esa voz que está en paz consiga misma y con lo que le rodea.
La verdadera lucha que vale la pena, humanidad mía, es la que debes batallar diariamente desde la calle. Desde cada esquina y cada plaza para que la paz por la que tanto suspiras se haga realidad y le brindes un alma que la haga latir con renovada fuerza cada instante. Para que cada segundo que consuma nuestras vidas sin embargo no haga mella en esa palabra tan simple. Porque en su simpleza reside la libertad por la que al final todos podremos volar más allá de nuestros miedos.